sábado, 20 de noviembre de 2010

Cómo se cocina una amistad

Quizás uno de los espacios más habituales de encuentro de las personas, amigos, familiares, compañeros de trabajo, es una mesa. Lo que se suele poner sobre ésta varía según los gustos y las ocasiones. En muchos casos hay bebidas, en especial licores como cerveza, vino, whisky, ron o algún coctel. En otros casos se sirve comida o una combinación de licores y comida.


En estos encuentros se comparten anécdotas, chistes, bromas y opiniones sobre lo que ocurre en el mundo. Algunos de estos momentos, en los que el ánimo alcanza a estar particularmente elevado, se quedan grabados en nuestra memoria, hasta tal punto que terminan siendo motivo de evocación en los encuentros posteriores.

Pese a que disfruto bastante con este tipo de reuniones, debo admitir que desde hace muchos años prefiero un tipo de encuentro mucho más íntimo y maravilloso en el que el grupo de asistentes es más reducido y selecto, al igual que el lugar en el que se llevan a cabo, la cocina. Me refiero a reuniones en las que cada uno de los asistentes participa y colabora desde su conocimiento, habilidad e interés. Así hay quien se ocupa de preparar algún aderezo o alguna salsa, mientras otro ralla un trozo de queso o prepara un coctel. Los menos experimentados se ocupan de descorchar alguna botella, o proveer bebidas para los demás. Incluso hay quien prefiere dedicarse exclusivamente a variar la música para que siempre esté a tono con ánimo y el ambiente de cada momento.

Lo más interesante es que este tipo de reuniones se convierten en tertulias y lecciones completas de cocina y también de vida. Son lecciones de cocina porque cada participante tiene la oportunidad aprender de los demás. Pueden ver, preguntar y participar en el proceso de preparación de cada plato. Todo esto en un ambiente lúdico, sazonado por historias, comentarios jocosos, recuerdos y la explicación de cada paso. Creo que no puede haber un mejor escenario para el aprendizaje de las artes y técnicas culinarias.


En encuentros como estos, he tenido la oportunidad de avanzar en mi interés por la cocina. También, he aprendido mucho acerca de la vida. No sólo a través de las historias que allí se cuentan, si no también a partir de lo que allí se vive y se comparte. Algunos de estos aprendizajes los puedo sintetizar en frases como las siguientes:
  • El trabajo en equipo reduce considerablemente el esfuerzo individual, al mismo tiempo que incrementa notablemente la cantidad y la calidad del resultado.
  • El grado de satisfacción frente al logro en un proceso colaborativo es igual para cada uno de los participantes, independientemente de que tan modesto o protagónico sea su papel.
  • La participación suele ser más entusiasta y con mayor grado de compromiso cuando cada quien puede elegir su rol en el proceso.
  • Las mejores cosas suelen requerir mayor esfuerzo y más tiempo. Pero si estamos en compañía nuestros amigos y contamos con su apoyo, el esfuerzo parece mucho menor y la espera más corta.

Finalmente, debo decir que ha sido la cocina el lugar en el que innumerables anécdotas, aromas, sabores e historias han ido sazonando y cociendo lentamente las amistades más entrañables que tengo.

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