miércoles, 10 de noviembre de 2010

En el principio fueron las galletas de mantequilla

Cada vez que alguien me pregunta acerca de cómo inició mi afición por la cocina, el recuerdo de mi madre es inmediato. Ella tenía una habilidad especial para transformar hasta los más insignificantes ingredientes en deliciosos platos. De ella aprendí bastante de la vida y mucho también del placer de cocinar.


Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de mi infancia es el de mi madre preparando unas deliciosas galletas de mantequilla. Aún hoy, transcurridos varios lustros, aquel aroma seductor me atrapa y maravilla.

Era tal mi gusto por esas galletas que con mucha frecuencia agobiaba a mi madre pidiéndole con insistencia que las preparara. Luego de mi insistencia y de su preparación, venía el reclamo de mi parte porque siempre me pareció que la cantidad no era suficiente (había que compartirlas con mi padre y mis hermanos, además de alguna inoportuna visita que llegaba a tiempo para competir por unas cuantas).

Recuerdo una tarde de sábado, poco tiempo después de haber cumplido mis doce años, le pedí a ella que hiciera galletas de mantequilla a lo que respondió que estaba un poco cansada y me instó a que aprendiera a prepararlas. La idea en principio no me atrajo. Sin embargo, luego de pensarlo un rato me llené de entusiasmo porque así podría yo mismo prepararlas cuando lo deseara y, además, en la cantidad que me pareciera más apropiada. De este modo procedió a indicarme los ingredientes necesarios (afortunadamente pocos), y a explicarme paso a paso el proceso de preparación (por suerte pocos y sencillos).

Luego de mezclar los ingredientes y preparar la masa, llegó el momento de poner las galletas en el horno. Allí mi madre fue muy enfática e insistente en todos los cuidados que debería tener para no provocar un accidente y para lograr que todo saliera bien. Yo aún no lo podía creer que estaba a punto de preparar mis primeras galletas, las que tanto me gustaban.

Mi impaciencia hizo que pensara que quizás era mejor poner la temperatura del horno por encima de lo que me había indicado, pensando que con ello, tendría que esperar menos tiempo y así lo hice. Como resultado obtuve unas galletas doradas por fuera pero crudas por dentro. Esto sirvió para que además de una lección de culinaria, mi madre me diera una completa lección de vida. Lo que más deseamos en la vida requiere tiempo, paciencia y esfuerzo apropiado. Así el resultado llegará en el momento justo y en la justa medida.

Después de esa tarde tuve oportunidad de preparar varias veces, bajo la tutoría de mi madre, las tan deseadas galletas de mantequilla. Hoy las preparo con ayuda de mi hijo, quien pese a ser aún un niño participa con mucho entusiasmo en la preparación, el mismo que ponemos al comerlas.

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